jueves, 19 de junio de 2025

Frascos de luz

Erangel camina entre ruinas que no son ruinas sino costras. Caracas no es ciudad: es cicatriz. El calor le chorrea por la espalda como si el sol lo estuviera castigando por pensar distinto. Lleva un morral lleno de frascos que brillan como ojos de gato atropellado. No vende luz. Vende la ilusión de que la noche no ha ganado del todo. “Esto no es contrabando,” dice, pero nadie le cree. Ni siquiera él. Ailín lo sigue. No como discípula, sino como sombra. Tiene once años y los dedos manchados de código y mugre. Habla poco. Cuando lo hace, parece que recitara telegramas de un futuro que ya fracasó. En la radio clandestina, una voz repite: “La patria es un apagón que aprendimos a habitar.” Los frascos de luz no iluminan. Revelan. Las grietas, los cadáveres de refrigeradores, las cucarachas que se creen dueñas del país. La gente los compra como quien compra estampitas: por fe, no por utilidad. Y Erangel, lúcido, terco, sabe que no está salvando a nadie. Solo está dejando constancia. Como quien embotella el último aliento de un país portátil antes de que se evapore.

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