miércoles, 8 de enero de 2025

El mar, en su infinita majestuosidad, se llevó consigo lo eterno y envolvió en su danza los contornos de las arenas. Voces fugaces de otro tiempo emergen, como susurros del pasado, en las piedras de atardeceres que se desvanecen, adornados con el relieve salino. La sed de libertad, esa fuerza primordial que nos impulsa a buscar horizontes de autodeterminación, se convierte en el grito mudo de quienes contemplan los nuevos muros y torres de Gobierno erigirse. La provincia, bajo el peso de una "avanzada espantosa" citada de las palabras grabadas en El muro Oficial , refleja una realidad donde los edificios imponentes de mercaderes extranjeros y las casas lujosas se alzan como monumentos a la indiferencia. Desde sus ventanas, el ir y venir de las plebeyas se observa con una mezcla de curiosidad e indiferencia; su sacrificio y desgaste no compensados por el dinero, y menos aún cuando los impuestos se incrementan implacablemente. Los verdaderos beneficiarios de este sistema, engordando como cerdos a costa del pueblo, son desenmascarados como los ladrones autorizados para perpetrar cualquier atropello. Oficiales traídos por La Corona, pregonando falsamente un progreso que no trasciende más allá de la opresión y la explotación, ignoran las necesidades fundamentales de la población, tales como sembrar una simple planta de yuca. "Que esperen los carros celestiales un poco más", se les dice con desdén a aquellos que osan quejarse, solo para caer en manos de forajidos que imparten palizas con una brutalidad ahora legendaria. En este escenario de tensión, entre miradas ansiosas y una "paz ficticia" que pende de un hilo, se tejen especulaciones sobre los carros celestiales prometidos. Narrativas sagradas se desgranan como migajas de esperanza entre la gente, pero la vigilia es constante. Las torres del poder sirven de troneras para los oficiales que escrutan hasta el más mínimo movimiento, sembrando la duda sobre la lealtad de cualquier ciudadano. En este clima de sospecha y miedo, emerge la pregunta sobre la llegada de los carros celestiales, que se convierte en un símbolo de la esperanza siempre postergada, un mañana que nunca se materializa. La respuesta a esta inquietud central se torna escurridiza, encapsulada en sonrisas falaces y promesas vacías. La captura de aquellos que se atreven a preguntar marca un nuevo capítulo de represión, ilustrando la maquinaria opresiva del gobierno que, con sermones y ayunos, intenta reprogramar a los ciudadanos hacia una "Santa Paz" forzada. Esta narrativa detalla no solo la dinámica de poder y control, sino también la resistencia indomable del espíritu humano, que, a pesar de las adversidades, continúa anhelando la libertad y la verdad.

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