miércoles, 8 de enero de 2025

Narrativa de Erangel Rivas

Reflexiones en la Encrucijada de la Esperanza En aquellos tiempos vibrantes de cambio, nos encontrábamos constantemente ante seres de una naturaleza misteriosa, quienes prometiendo redención y sustentos de los carruajes celestiales legendarios con destreza captan nuestra atención, guiándonos a salvo por los riesgos del camino, mientras nos envolvían en un confort transitorio. Hábiles en el arte de la persuasión, atribuían cualquier contratiempo a nuestra fe incipiente. Con ojos resplandecientes y corazones inflamados de pasión, absorbíamos cada palabra pronunciada, creyendo con fervor en las promesas de victorias sobre el vasto Imperio de lo Desconocido. Soñábamos despiertos con la llegada de los carruajes, liberados al fin del yugo celestial, repartiendo sus tesoros equitativamente entre los más desfavorecidos. Nos narraban hazañas casi míticas, bajo la atenta mirada de guardianes secretos, cuyas sonrisas astutas sembraban en nuestros corazones una embriagadora mezcla de esperanza y respeto hacia nuestra comunidad. A pesar de ser dolorosamente conscientes de las tretas urdidas por esos depredadores disfrazados de benefactores, llenos de promesas tan ilusorias como atractivas, nuestra vida se veía ensombrecida por el miedo. Sin embargo, nos resistíamos a proclamar nuestra verdad, mientras ellos adjudicaban la culpa de todas las desgracias que asolaban nuestra tierra a nuestros supuestos errantes pasados, sin fundamento alguno. Ancianos de semblante grave y solemne, ante multitudes azotadas por el hambre, elevaban sus plegarias al cielo, exigiendo arrepentimiento y persuadiéndonos de la necesidad de una devoción total como el único camino para ser dignos del retorno de los divinos carruajes celestiales. Con un corazón lleno de ardor y una resignación transformada en esperanza, aguardábamos la materialización de aquellas promesas espirituales. Los sacerdotes, actuando como heraldos de una fe reavivada, lanzaban volantes al viento, intentando así sembrar semillas de esperanza, en un esfuerzo por perpetuar un estado de "Santa Paz", tal como Fisher lo proclamaba en sus discursos cargados de entusiasmo. Nos transformábamos en algo más que simples espectadores bajo el manto estrellado, anhelando la visión de aquel sagrado artefacto, incluso mientras se nos congregaba para distracciones que, aunque podían parecer grotescas a algunos, buscaban mantener el orden público. En esta dramática escena de desesperanza transformada y fe redefinida, me encontraba yo, sumido en reflexiones sobre la verdadera naturaleza de la salvación prometida. Me preguntaba: ¿Qué maravillas nos depararían desde los carros celestiales? ¿Se limitarían acaso a meras provisiones básicas, como granos de arroz y frijoles, lo que descendería del cielo para nosotros? La ansiedad por obtener respuestas claras se transformaba en emoción; los guardianes omnipresentes, lejos de reprimir, fomentaban cualquier atisbo de curiosidad o debate enriquecedor. Y aquellos pocos que se atrevían a sonreír, lo hacían con una sinceridad que deshacía cualquier espejismo de falsedad, reflejando la promesa de un cambio que, aunque tardío, era inevitablemente esperanzador

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